Se fue Abelardo Castillo. Desde la última página queremos recordarlo y agradecerle sus letras, sus pensamientos lúcidos, y su compromiso de elegir una y mil veces ese destino que él creía ineludible en todo ser humano.
por Eugenia Jambruia
Abelardo, que vivió infancias paralelas como le gustaba decir en sus entrevistas. El escritor que quiso ser poeta, y a su juicio no lo fue, superó a ojos ajenos, sus deseos de juventud. Escribió ensayos, relatos, cuentos, obras teatrales como "El otro Judas" y fundó El Grillo de Papel, El Escarabajo de oro, El Ornitorrinco.
Aquél hombre de porte erguido, nos dejó sus relatos certeros, esos cuentos que por momentos asfixian. Nos dejó su ficción, que se hace carne en el mundo real. Abelardo, ese que no se sintió escritor desde temprana edad, sino que eligió cada día el destino de la literatura, y la hizo prosa, lo hizo labor y arte. Para él, la literatura era la lectura de los libros ajenos y no la escritura de los propios. Pero dejó a generaciones enteras el goce de sus ideas.
Andará deambulando tal vez por las calles de Buenos Aires, o por San Pedro, buscando historias, leyendo a Poe, a Sartre, analizando la obra de Nietzsche o de Kafka y hablando con Borges. En su casa de Congreso, recibirá a todos esos que quieren ser escritores. Tal vez lo logren. El maestro siempre dispuesto, llenará de palabras el mundo. Y dirá: "Nadie escribió nunca un libro. Solo se escriben borradores. Un gran escritor es el que escribe el borrador más hermoso". Sus borradores, son grandes, existenciales, redondos.
Vuelve Abelardo en lo onírico, porque es allí donde habita lo decible para un escritor. Y a medida que pase la vida, habrá cada vez menos temas. El escritor si es bueno, –dirá Castillo- tendrá uno o dos temas por develar, hasta volverse casi una obsesión. Y vendrá él, y se obsesionará con aquellas mujeres abandónicas, y esos hombres que fracasan. Vendrá desde sus sueños en dirección a los nuestros, y nos hará volar por los aires.
El que tiene sed ha bebido y ha embriagado a todo el mundo. En lo cercano a Silvia, su compañera eterna. Y desde allí se ha esparcido ese perfume en todos los ojos, en todas las manos, en todas las bocas que pronunciaron sus palabras. Somos muchos los sedientos, que tomamos de su prosa. Y creyendo en sus desvelos, hicimos nuestras sus palabras existenciales, su realismo, su andar, su mundo imaginario e imaginable.
Castillo sigue firme. Late, deviene en verso mostrando su lado más íntimo. Invitando al juego en todas las formas de la palabra. Llega, irrumpe nos golpea con "Las Otras Puertas" y nos muestra que no le cuesta hacer hablar a sus personajes en "Israfel". Todos caemos redondos a sus pies. Construimos entre su libertad de escritor, y nuestra libertad de lectores el acto literario. Nos enseña, nos atraviesa, nos golpea con "La Madre de Ernesto". Todo es tan exacto, tan milimétrico en puntos, comas, y finales, que uno no puede más que admirarlo e inspirarse.
Se ha ido. Y una vez más aparece la confianza en lo perenne, en la locura. En la pasión que quema. Y recordamos a Poe: "Tengo fe en los locos, Mis amigos lo llamarían confianza en mí mismo." Para guiñarle un ojo a Castillo.
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