Carlos Timoteo Griuol
#HOMENAJE - por Walter Szumilo
Fue emblema de cada equipo que dirigió, privilegio reservado para los ‘distintos’ en tiempos de un fútbol descalabrado por el influjo de los grandes negocios y el ultraexitismo.
Prefirió Griguol el hecho al dicho, de mano de su silencioso trabajo cotidiano y la virtud de priorizar lo priorizable. Fue sumamente apreciado por sus condiciones como estratega, pero su recuerdo permanecerá indeleble por el legado que deja como gran formador de futbolistas. Se lo ungió Maestro -título que no se rifa ni regala- por su prédica de valores asociados a la conciencia social, el respeto, el esfuerzo y el compromiso.
Pero sobre todo porque su prédica coincidió con el ejemplo. La carrera del Timoteo futbolista se extendió a lo largo de doce años, los ocho primeros en Atlanta y los que siguieron en Rosario Central, en donde se retiró en 1969 para dar sus primeros pasos como técnico de inferiores. Su debut en el banco de la primera del ‘Canalla’ llegó en 1973, cuando reemplazó al también inolvidable Ángel Tulio Zof. Fue un estreno con ‘estrella’ que le reportó apenas meses después su primer título en ese rol.
Llegarían en el ’82 y el ’84 sendos Nacionales obtenidos con Ferro, club en cuya sede ya es (literalmente) bronce, para cerrar un cuarteto de vueltas olímpicas con la Interamericana de 1987 al frente del plantel de River. Al amor incondicional que le profesan en Caballito sólo lo iguala el que le prodigan en el Bosque platense.
Cuando el 29 de octubre de 1994 se asomó por primera vez al campo de juego de Gimnasia, el romance fue instantáneo.
En 1995 estuvo a un partido de dar al Lobo su primer título. Fue una inolvidable campaña de 12 triunfos y 5 empates, con apenas 2 derrotas, la segunda en la última fecha a manos de Independiente, que San Lorenzo aprovechó para ‘birlarle’ la copa, ganándole en Arroyito a su querido Central. Paradojas del destino. Y si bien aquel sueño -que acunaron entre muchos otros los mellizos Barros Schelotto, ‘Carucha’ Lagorio, Morant, Dopazo y el ‘Guly’- quedó trunco, fue mejor seguir despiertos para no perder de vista la labor de un DT que bregó por tener en óptimas condiciones las canchas y el predio de Estancia Chica, así como para conectar a los jugadores más jóvenes con buenos hábitos alimentarios y con una carrera en la que prime el bienestar propio y familiar por sobre los vulgares lujos de la marquesina futbolística.
Sus dirigidos fueron un poco sus hijos. O al menos lo sintieron un poco padre, al oírlo sermonear respecto de la necesidad de prepararse para el ‘día después’. La carrera de un deportista es efímera, lo certificaron luego todos quienes en la punta del túnel o la manga recibieron en su pecho el golpe que les insufló la necesidad de estar atentos en la cancha y en la vida.
Cuando el reciente jueves 6 de mayo hizo al cielo el gesto para pedir relevo, la mitad de La Plata volvió a vibrar emocionada como en aquellos días.
La otra mitad acompañó respetuosa: la posteridad está en buena medida reservada para quienes escapan al molde y trascienden grietas con la porfía de la conducta.
por Walter Szumilo
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