Una mini historia de amor y gastronomía tomados algunos datos del libro de Abel González, “Elogio de la Berenjena, Anécdotas y recetas de cocina de gente muy famosa.”

Por A.L.O - Persona Curiosa

 

Según refiere González… “Por suerte para él, Ludwig era un superdotado. Y si bien no fue un prodigio como Mozart, desde temprano se advirtió su talento”.

En 1806 –a los 36 años- comenzó a quedarse progresivamente sordo y cuando estrenó su 9na. Sinfonía no oía absolutamente nada. Igual se codeó con reyes y príncipes a pesar de lo cual siempre fue un provinciano. No era elegante, no sabía vestir con donaire y sus modales eran torpes. Sin embargo, su tosca figura y su carácter sulfuroso no lo privaron de las caricias femeninas de una amante no menos célebre.

Después de su muerte, se encontraron entre sus papeles dos apasionadas cartas de amor dirigidas a una mujer desconocida a quien el músico llama “Amada inmortal”, nombre enigmático con el que la dama pasó a la historia. Se hurgaron archivos, consultaron epistolarios, leyeron diarios íntimos… todo con resultado negativo hasta que en 1977 el estudioso Maynard Solomon demostró que la Amada Inmortal era Antoine Brentano, esposa de un rico banquero y madre de dos hijos. Se amaron el 6 y 7 de julio de 1812 en el Gran Hotel Puppe, de Karlsbad, (hoy Karlovi Bari) donde ambos veraneaban. No fue ése su primer encuentro: su relación secreta había empezado mucho antes en Viena, cuando ella y su marido asistían a los conciertos que Beethoven daba en la corte… pero todo había sido platónico hasta ese verano en las termas. El hotel Puppe (convertido ahora en un spa de primer nivel) es de un lujo indescriptible y en su restaurante se prepara la mejor comida del centro de Europa. …”Quizá fuera un juego, pero en ese año de 1812, servían allí un menú especial para que los distinguidos, cloróticos caballeros cambiaran los brazos de Morfeo por los de Afrodita a la hora de la siesta, momento propicio para que las señoras se despojaran de sus pudores y no solo de eso… Se comía entonces una entrada de melón de Francia, seguida por ostras del Caspio, el afrodisíaco más seguro que se conoce, luego una soupe aux herbes (que no es otra que la sopa Juliana, con abundante apio. Según decía Julie de Lespinasse el amor debe servirse tan ardiente como esta sopa de su invención), después seguía una forelle blau (trucha azul) con salsa de mantequilla al jengibre. Y luego de la fruta se servía un plato de quesos en el que predominaba el roquefort (dicen que las damas sienten que se les despiertan sus más íntimos apetitos cuando comen este queso milagroso y cómplice). Y como la mayoría de los clientes eran vieneses se ofrecían, por último, cinco clases distintas de café. De los vinos ya hablaremos cuando se explique cada uno de los platos porque es materia delicada de la cual no conviene decir cosas a la pasada.”

Con semejante marco, una comida deliciosa, los alcoholes propiciatorios, y el queso roquefort, no es raro que Ludwig y Antoine hayan encontrado el momento justo para consumar su amor sublime...

El genio de Bonn se merecía ese instante… que debe de haberlo visto hermoso y esa mesa –no por morganática menos ilustre- que desde entonces lleva su rutilante apellido.

 

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