Un análisis científico sobre el mito y la realidad de los vampiros.

Por Diego Manuel Ruiz

 

Entre los variopintos personajes de las historias folclóricas, fantásticas y de terror de todo el mundo, existen variadísimas criaturas, como los lobizones, los ogros o las sirenas, entre muchos otros; pero seguramente entre los más destacados y famosos tenemos a los vampiros. 

En realidad se trata de diversas criaturas, con características que difieren según la tradición de cada región. Los vikingos hablaban del draugr, que básicamente era un “no muerto”; o los rumanos, que se referían al strigoï como las almas de los muertos que salían de sus tumbas para aterrorizar a la gente. En gran parte de los casos, se refiere a seres “no muertos”, generalmente malvados, que fueron víctimas de suicidio, o brujas, o que también pueden ser creados mediante la posesión de un cadáver por un espíritu o al ser mordido por otra de estas criaturas.

Sin embargo, las características que hoy en día describen y reconocemos en un vampiro provienen de la literatura, sobre todo de la novela Drácula (1897) de Bram Stoker y El Vampiro (1816) de John Polidori, quienes configuraron esa visión romántica de estos seres, los cuales adquirieron ciertas características comunes que caracterizan a gran parte de los vampiros de la actualidad en el cine, las series, novelas y videojuegos: Se alimentan de la sangre de sus víctimas; Tienen colmillos pronunciados; No se reflejan en los espejos ni tienen sombra; Les afecta la luz solar; El ajo los repele; No puede entrar en una casa si no es invitado por el dueño; Pueden transformar su apariencia en murciélagos, lobos, o incluso en niebla; No soportan los símbolos cristianos como una cruz o el agua bendita, y no pueden cruzar por terrenos consagrados. Pueden matarse con una estaca clavada en el corazón, la luz solar, o con una bala o elemento cortante o puntiagudo hecho de plata.

En el folklore medieval estas criaturas eran translúcidas, y más adelante se describió que la luz no tenía efecto porque no poseían alma. De ahí las ideas de que la luz de una vela no se reflejaba en su piel o que no reflejaban su imagen en un espejo. Este último ítem podría ser un poco más útil, en el sentido de que la mayoría de los espejos antiguos están fabricados con una capa metálica de plata, por lo que no solo serviría para detectar a estos seres, sino que también podría usarse como arma.

Se conoce que en su desarrollo del personaje del Conde Drácula, Bram Stoker se basó parcialmente en una persona histórica: Vlad Drăculea, o Vlad el Empalador, Príncipe de Valaquia y héroe nacional rumano. Según los registros Vlad poseía una enfermedad que hoy se llama Porfiria Eritropoyética Congénita (PEC), o enfermedad de Günther, en la cual la actividad de una enzima (uroporfirinógeno III sintetasa) es muy baja, por lo que se afecta la producción de porfirinas en la médula osea, causando afecciones diversas.

Esas afecciones llevaron a que a veces se llame a la PEC “mal de los vampiros”, pues entre los efectos que puede causar se encuentra la retracción de las encías, lo que acentúa el crecimiento de incisivos y caninos, y además provoca erupciones cutáneas, fotofobia y anemia. La combinación de la anemia con la poca de exposición a la luz causada por la fotofobia, provocan a su vez una marcada palidez facial. Además, como consecuencia de la hipersensibilidad a la luz solar, en ciertos casos la piel genera mucho más pelo para protegerla en zonas tan curiosas como la palma de las manos.

Pero eso no es todo, esta enfermedad también se manifiesta por una extrema repulsión al ajo, debido a que algunos de sus componentes (como el disulfuro de alilo), promueven la destrucción del grupo hemo de la hemoglobina. Por otra parte, el ajo (Allium sativum) ha sido utilizado durante siglos por la medicina popular para combatir todo tipo de dolencias y por sus propiedades antibióticas. Otro de sus componentes, el trisulfuro de dialilo, tiene la capacidad de inhibir o desactivar la formación de trombina, lo que suprime el sistema de coagulación y la formación de trombos y además reduce el daño cardíaco durante la cirugía y después de un infarto.

En relación a la necesidad de ingerir sangre como fuente de alimento, es importante destacar que la sangre en sí misma es muy pobre en vitaminas e hidratos de carbono; además la cantidad de hierro que contiene puede llegar a acumularse en los tejidos y causar una intoxicación. Dejando de lado el asunto de que la sangre es vector de muchas enfermedades.

Si hablamos de vampiros reales, existen tres especies de murciélago que se nutren exclusivamente con sangre: el vampiro común (Desmodus rotundus), el vampiro de patas peludas (Diphylla ecaudata) y el vampiro de alas blancas (Diaemus youngi). La principal razón se debe a que tanto su ADN como el de su microbiota (las bacterias que habitan el intestino) son distintas a los del resto de murciélagos y ha permitido que se adapten a este régimen alimenticio. 

Según una investigación publicada en Nature Ecology & Evolution, la adaptación del genoma de estos vampiros permitió que su organismo pueda producir las vitaminas del grupo B escenciales para que su metabolismo funcione de manera adecuada. Por otra parte, se descubrió que las bacterias del intestino son capaces de sintetizar hidratos de carbono a partir de dióxido de carbono y agua, que están presentes en la sangre en gran cantidad.

Estos animales también tienen mecanismos que evitan que el hierro se acumule en los tejidos y por ende evitan la intoxicación; este mecanismo evolutivo mejoró el funcionamiento de los riñones, y además tienen un sistema inmune muy amplio, que los protege de las infecciones que implican beber sangre. Otra adaptación evolutiva que tienen los vampiros es que son capaces de detectar la radiación infrarroja (el calor que emite el cuerpo) para de esa forma identificar los vasos sanguíneos de manera más fácil cuando atacan a sus presas. Directo al blanco (o al rojo mejor dicho).

Así que amigos, ya saben, a comer mucho ajo, así se aseguran que no se van a acercar los vampiros… ni nadie más.

Por Diego Manuel Ruiz

Docente de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales (UNLP) .

Investigador de Centro de Investigación en Sanidad Vegetal (CISaV) Co-editor de la Revista Investigación Joven. Escritor y Divulgador científico.

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